Yacht Club Argentino
09/Mayo/2019
Crecí entre piedras con mil años de antigüedad. Yo tenía sólo diez, esa edad en la que las imágenes se graban en los ojos de los seres humanos dejándoles una marca que permanece como la cicatriz de una quemadura, cuando los míos contemplaban la estructura y los elementos ornamentales de un claustro gótico renacentista y cada noche dormía en el mismo edificio en el que se celebraron concilios, cortes y esponsales como el de Sancho VI de Navarra con Sancha de Castilla en 1157 o la boda de Fernando III el Santo con la nieta del Emperador de Constantinopla, en 1219, cuyo aniversario número ochocientos se cumplirá a finales de noviembre. Los muros de ese recinto han contemplado enlaces reales, de la alta nobleza y otros, quizás no tan ilustres, pero no por ello menos importantes, como el mío propio, hace apenas unos años. A la edad en la que la mayor parte de los niños de mi tiempo jugaban en la calle del barrio, esperando que sus madres salieran al balcón para avisarles que la cena estaba lista, yo lo hacía entre los muros de un edificio románico y practicaba el “metegol” en un lugar que en otro tiempo perteneció a la Orden del Cluny y que tuvo una importante influencia en el desarrollo de Castilla en la Edad Media.
Hablo del Monasterio de San Zoilo, en Carrión de los Condes, una de las villas con mayor bagaje histórico y artístico, en el lugar que marca la mitad de trayecto entre Roncesvalles y Santiago de Compostela, en el punto de inflexión, la línea por la que se dobla el mapa del Camino de Santiago, que coincide a su paso por el tramo de la provincia de Palencia.
Para aquellos que no conozcan este lugar en el mundo, trataré de situarlos en el mapa: Palencia pertenece a la Comunidad Autónoma de Castilla y León, esa zona que, para ponérselo fácil, diré que está al norte de Madrid y sur de Cantabria y Asturias. Palencia es el centro geográfico de la Comunidad, lugar de paso obligado si alguien pretende viajar hacia el Mar Cantábrico desde la capital de España. Hoy día las comunicaciones permiten que desde Madrid hasta Palencia cualquier viajero tarde el tiempo que necesita para tomarse un refresco y leer un periódico en un confortable tren de alta velocidad: exactamente hora y media. Palencia es ese lugar donde se instaló la primera Universidad de España y una de las primeras del mundo, inaugurada seis años antes de la salmantina, en 1212 y en la que pasaron como alumnos personajes como Gonzalo de Berceo, Santo Domingo de Guzmán o el mismísimo San Telmo, a quien esta ciudad de Buenos Aires dedica uno de sus barrios más populares.
Palencia conserva la influencia de los pueblos que la habitaron y que dejaron sobre ella sus edificios, su arte, sus costumbres, su gastronomía y su cultura. Guarda restos romanos como la Villa de la Olmeda, que constituye uno de los alicientes turísticos y culturales de la época romana más importantes de Europa y que convive con el eco de la presencia de Visigodos, que llevaron un tiempo de prosperidad y dejaron la Iglesia de San Juan de Baños en el sur de la provincia o la propia Cripta de San Antolín, en la Catedral de la capital palentina.
Por tierras de Palencia vagó la Reina Juana la Loca, llevando el cadáver embalsamado de su esposo, Felipe el Hermoso, en un deambular de locura y llanto que le llevó tres años. En uno de sus pueblos, Torquemada, dio a luz a la sexta y póstuma hija del Rey Felipe, la que fuera después Catalina de Austria y Reina de Portugal.
La tierra palentina está regada con sangre de múltiples batallas en la encarnizada lucha entre los vecinos reinos de León y Castilla, que dirimieron sus diferencias y se afanaron durante generaciones por definir quién ostentaba la supremacía sobre el otro. En una de estas guerras, con todos los hombres en el frente de batalla, el Duque de Lancáster atacó la ciudad y las mujeres salieron en su defensa luchando encarnizadamente hasta derrotarlo, lo que mereció que el rey las nombrara Caballeros de Honor y les permitiera lucir una banda dorada que aún hoy, después de siete siglos, siguen portando orgullosas en las fechas más distinguidas.
Ese es el lugar del que procedo. En el que he vivido la mayor parte de mis años, el que marca mi tonada y mi fisonomía y le imprimió a mi carácter ese rictus serio y taciturno, producto de siglos de influencia judeocristiana y la insistencia perenne de que vinimos a un valle de lágrimas, ea pues, señora.
Y en medio de todo, atravesando un territorio sembrado de trigo que el viento de la primavera hace parecer un mar verde, partiendo la provincia en dos, cada año pasan decenas de miles de caminantes en lo que constituye uno de los senderos más importantes del mundo, una de las rutas más transitadas y que mayor curiosidad despierta en el planeta: el Camino de Santiago, que transcurre entre castillos y espadañas que se mantienen en pie, testigos de la historia, por el tramo que constituye la mitad del trayecto entre Roncesvalles y la Compostela.
He visto caminar a gente de todas las edades bajo las inclemencias del invierno castellano, o bajo el sol de justicia del verano, cruzando el Puente Fitero, uno de los más largos de todo el trayecto compostelano y que introduce al peregrino en la provincia de Palencia desde la de Burgos. Sus once arcadas se construyeron hace ahora mil años y lleva inmediatamente a Boadilla del Camino, donde un rollo de justicia de estilo gótico preside la plaza y recuerda los lugares en los que se ajusticiaba a los condenados. Cuando los peregrinos llegan al final de la etapa del día, vislumbran Frómista, el pueblo judío que tanta preponderancia tuvo en el medievo y que supuso más de la cuarta parte de la población de una villa que resultó diezmada como consecuencia de su expulsión en 1492.
Frómista es final de etapa en el Camino. El lugar donde el descanso en los albergues ofrece un momento para visitar la iglesia de San Martín, una de las más importantes del Románico Universal, que sirve de ejemplo en los libros de texto cuando se estudia el estilo arquitectónico cuya belleza se conecta con la simplicidad en la construcción. Allí nació uno de los personajes que unen Argentina con la provincia de Palencia: San Telmo, o Pedro Telmo, como se llamaba el sobrino del que fue un obispo de Palencia, de nombre Arderico, allá por los últimos años del 1100 y primeros del 1200.
Cuentan que el obispo encauzó la carrera de su sobrino en los estudios eclesiásticos y, estando vacante la plaza de Dean, o lo que es lo mismo, quien dirige a los Canónigos de la Catedral, influyó en el Papa para que lo nombrara, como así fue. Pedro Telmo quiso celebrar la noticia de su nombramiento y estando en la Plaza Mayor de Palencia pretendió hacer cabriolas con su caballo para conseguir los aplausos del público presente. La mala suerte hizo que la montura se encabritara y diera un paso en falso, lo que provocó que el jinete saliera propulsado y finalizara con sus huesos en un lodazal ante la burla de los presentes. La leyenda popular finaliza con Pedro Telmo sintiendo tal vergüenza que a gritos prometió, ya que el pueblo se burlaba de él, apartarse en un lugar donde poder llevar una vida más parca y retirada. Y se hizo dominico.
Al lado de Frómista y, aunque no en el Camino propiamente dicho, se encuentra un lugar que por su patrimonio arquitectónico no debe quedarse en el olvido para cualquier viajero que decida transitar por la zona: me refiero a la Villa de Támara, cuyos orígenes se remontan a época romana, en los siglos I y II y donde uno puede pasear junto a los restos de la muralla, visitar el Monasterio de San Miguel, fundado hace más de mil años y contemplar la Iglesia de San Hipólito el Real, una verdadera catedral que dispone de un órgano que podría considerarse único dada la original particularidad de que se sustenta sobre una columna. En el verano los viajeros tienen la posibilidad de asistir a conciertos en directo y disfrutar de la hospitalidad de los vecinos y de las excelencias gastronómicas del Hostal Rural San Hipólito, que se encuentra junto a la iglesia, en un conjunto que cuenta con la Declaración de Bien de Interés Cultural.
Ya de nuevo en el itinerario del Camino de Santiago, dejando atrás la villa de Frómista, el aroma de la leña quemándose en el horno de barro nos advierte la presencia de una localidad con pasado templario. Villalcázar de Sirga perteneció de hecho a la Orden del Temple, que construyó uno de los edificios más llamativos del recorrido que la Sirga hace en territorio castellano: La Iglesia de Santa María la Blanca, que inspiró a Alfonso X el Sabio en la composición de las Cantigas.
Y al lado, en la misma amplia plaza que se sitúa en el centro del pueblo, Pablo Payo, el Mesonero del Camino, instaló uno de los templos de la gastronomía que hoy se conoce en toda España y donde regalaba a los peregrinos la sopa clásica castellana. Hoy son sus nietos los que regentan el Mesón con la misma profesionalidad que su abuelo, además de realizar una propuesta más que interesante: revivir los banquetes medievales, con la misma escenografía y método con que se llevaban a cabo en su tiempo y donde las manos serán los únicos cubiertos con los que podrán ayudarse los comensales mientras suena la dulzaina y la caja y los brindis se realizan en castellano antiguo.
Vuelvo en este camino que surca entre campos de trigo hasta Carrión de los Condes, el centro del trayecto universal y el de la provincia de Palencia. Esta es la villa de los Condes del Cantar del Mío Cid, la tierra rica en pan y vino, como la describió el autor del Códex Calixtinus, cuyo quinto libro constituye una auténtica guía para el peregrino que realiza el Camino de Santiago. El origen de Carrión de los Condes data de mucho antes de los romanos y, cuando éstos la colonizaron, la incluyeron en una de sus principales rutas, la que comunicaba las ciudades de Asturica y Burdigalam, es decir, Astorga, en la actual provincia de León, y la francesa Burdeos. Nombro esta ruta porque precisamente en ella es donde muchos sitúan el origen del Camino de Santiago.
Carrión fue la ciudad de los artesanos en la Edad Media. Seguramente por ello la portada de una de las iglesias más importantes del Románico, la de Santiago, muestra veintidós artesanos, a quienes no faltaba el trabajo merced a los encargos de los múltiples peregrinos que transitaban el Camino. Precisamente en ese templo luce el Pantocrátor más imponente de la escultura románica, que se ha declarado, junto con el templo, Bien de Interés Cultural, del mismo modo que las iglesias de Santa María y el Monasterio de San Zoilo, donde quiero regresar ahora para completar el ciclo y el recorrido por la senda de la Compostela al paso por la provincia de Palencia.
Una de las razones por las que mi casa de la niñez, el Monasterio de San Zoilo se hizo famoso en la época del medievo fue porque permitía gratuitamente a los peregrinos que recorrían el Camino de Santiago el consumo de pan y vino a discreción, lo que su cuerpo aguantara. No sé si por este motivo, pero recuerdo este lugar como aquel en el que más y mejor pan he comido nunca, si bien, por razones de edad, no supe de vino alguno que no fuera el que sustraíamos de la sacristía en los descuidos del cura de turno. En el claustro, bajo las imágenes que explican el Antiguo Testamento, merendábamos pan y maníes, una apuesta por los hidratos de carbono y las grasas vegetales que llenaban nuestra panza de niños en crecimiento sin demasiados gastos para la administración del colegio. Aprendimos a transitar por los pasadizos, contemplamos con naturalidad los trampantojos, jugamos a las cuatro esquinas en columnas milenarias y nuestros pasos al correr sonaban sobre grandes bloques de piedra, ajenos por completo al hecho de que nuestros pies pisaban una de las obras universales del arte gótico renacentista, que actualmente está considerada como una obra única en toda Europa y una de las más importantes del mundo.
Hoy el Monasterio es un imponente hotel, donde el viajero puede descansar con la tranquilidad que aporta el silencio de sus muros y degustar las excelencias de la cocina de un restaurante de alto fuste. Paseará por las mismas galerías en las que transcurrió una parte de la historia de Castilla desde el siglo XI y desde allí recorrerá la zona repasando el legado que dejaron celtas, vacceos, romanos, árabes, visigodos, castellanos antiguos y nuevos. Incluso podrá perderse por poblaciones remotas que conservan sus calles porticadas, soñar con lejanas batallas junto a castillos aún en pie y contemplar un paisaje único por su sencillez y belleza de líneas.
Y, si quiere, podrá percibir el nexo que une para la eternidad esa tierra con Argentina. El lugar en el que nació y creció la familia del General San Martín, en las cercanas localidades de Cervatos de la Cueza y Paredes de Nava. En el primero de ellos nació Juan de San Martín y la casa en la que vivió la familia se conserva íntegra hoy, albergando un museo que tiene un inmenso doble valor: por una parte, la custodia de elementos y símbolos que tienen que ver con los San Martín y la propia Argentina, como una réplica del sable curvo que el General utilizaba en batalla, o documentación, mobiliario y utensilios originales de uso cotidiano. Incluso un libro de cuentos que los niños argentinos escribieron para que se depositaran allí. Y por otra, la casa tiene una evidente importancia etnográfica que convierte la edificación en un legado único a través del cual entender cómo se desarrollaba la vida en Castilla desde la época del medievo hasta prácticamente la primera mitad del siglo XX. Sus paredes de adobe, una mezcla de barro, paja y piedra, se levantan orgullosas guardando un tesoro que el Ayuntamiento de la localidad cuida y mantiene con esmero, poniendo al día constantemente cada detalle que conserve para siempre su legado.
Otro de los detalles curiosos, que constituye al mismo tiempo una anécdota, es la iglesia del pueblo, construida en 1966 y que tiene una historia singular. Cervatos de la Cueza perdió progresivamente sus primitivas iglesias, dedicadas a Santa Columba y San Miguel. El deterioro de las mismas dio como consecuencia su derrumbe y actualmente solo quedan las ruinas de sus torres como recuerdo de lo que fueron.
Dada la relación que siempre se ha mantenido entre la población de la que desciende el General San Martín y el pueblo y el gobierno argentinos, los habitantes de la villa castellana solicitaron auxilio a éste último con el fin de que ayudara en la recaudación de fondos para levantar una nueva iglesia en la que llevar a cabo sus celebraciones religiosas. El gobierno argentino accedió a financiar el nuevo templo con una condición. Dado que el dinero para la construcción saldría de este lado del mar, la nueva iglesia debería tener el estilo que poseen los edificios religiosos argentinos. Y así fue. En un lugar del mundo donde el Románico y el Gótico son los estilos más habituales en las edificaciones religiosas, en medio de un paisaje que nada tiene que ver con lo que no sea la piedra tallada y los elementos ancestrales que se han utilizado para esta clase de construcciones, la iglesia de Santa Columba y San Miguel que desde 1966 preside el pueblo de Cervatos de la Cueza es de estilo colonial, a imagen y semejanza de las que se estilan en Argentina, como tributo al pueblo que sufragó los gastos de su construcción.
Apenas a 15 kms., en Paredes de Nava, nació Doña Gregoria Matorras, esposa de D. Juan de San Martín. Es curioso, según cuenta la historia, que dos personajes que nacieron en lugares tan cercanos, fueran a conocerse en Argentina. Sea como fuere, Doña Gregoria vino al mundo en una de las poblaciones con mayor patrimonio cultural, artístico y arquitectónico de la provincia de Palencia y de la Castilla del medievo y una de las quince más pobladas durante los siglos XV y XVI. Paredes de Nava fue, al mismo tiempo, la cuna de Jorge Manrique, que pasó a la inmortalidad a través de las “Coplas a la muerte de mi padre” y también fue el lugar en el que llegaron al mundo la saga familiar de artistas de apellido ilustre en la pintura y la escultura: los Berruguete. Paredes de Nava ya existía seis siglos antes del nacimiento de Cristo y su historia puede contemplarse a través de los numerosos templos y edificios que conserva. Precisamente en uno de ellos, el más relevante, la Iglesia de Santa Eulalia, se conserva una de las reliquias importantes que tienen que ver con el Camino de Santiago: una de las costillas de Santiago Apóstol, que llegó allí procedente de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, en el siglo XV.
Tampoco faltan anécdotas en esta población, como el paso de Erick “El Belga”, famoso saqueador de arte religioso, a quien se atribuye el robo de las tablas de Berruguete, de incalculable valor, que presiden el retablo del templo. Erick escapó de una cárcel alemana y llegó a España, donde vivió durante muchos años de hurtos de arte religioso. Las tablas aparecieron a los pocos meses de su desaparición. Erick el Belga fue detenido y absuelto y con el tiempo, después de muchos años de trabajo en el rubro del despojo artístico, se jubiló. Actualmente es un venerable anciano que vive de su pensión en Málaga desde donde se dedica a asesorar a la policía en la búsqueda y rescate de piezas de arte robadas.
No faltan curiosidades, cuentos y anécdotas que el viajero debe ir descubriendo a medida que recorre los kilómetros de los que constan las etapas del Camino de Santiago a través de tierras palentinas. Tejidos con el tiempo, los hilos de la historia se entrelazan alrededor de la urdimbre que forman las antiguas calzadas romanas, los caminos por los que entraron las diferentes invasiones posteriores y los edificios que han quedado, como testigos del paso del tiempo y de sus protagonistas, aquellos que han ido escribiendo el guion según el cual se ha desarrollado la vida en una tierra que aún transpira la grandeza y la cultura llegadas desde los cuatro puntos cardinales y que todavía conserva el olor del humo y la sangre de mil batallas.
Les hablo del sonido de las hojas de los árboles junto al río, que sirven de remanso frente al calor del verano. De la visión de un mar verde a derecha e izquierda en primavera y los ocres de la tabla de un pintor en otoño. De las ancianas del lugar, sentadas en tertulia al anochecer a la puerta de la casa. Del silencio frente al ruido y el sosiego ante las prisas cotidianas. Les estoy hablando de mi casa, porque les contaré que he vivido en el Camino de Santiago, en la cuna del General San Martín.
Alberto Arija